taller de escritura





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
Versión para imprimir
Enigmas


1- Primer enigma


El sábado es fatal cuando no tengo una fiesta prevista. Me aburro mucho. Estos días solamente, escribo en mi diario. Es una paradoja, porque no tengo nada que contar, pero contándolo el tiempo se pasa más rápido. Pero esta vez, tengo algo que contar. Como muchos escritores, confío todo a mi diario. Antes de despedirnos, Juana me preguntó: Nos vimos un martes por primera vez, y por supuesto, me dijiste que descifrara un enigma: el enigma de las camisas. Aún me río. Siempre has sido el maestro de los enigmas. Nos hemos despedido con un beso en las mejillas. Sus labios tiernos y tibios me recordaron los años felices. En aquellos años Juana me llamaba «el maestro del enigma». El hecho es que después de la lectura en la universidad de la novela de El maestro de esgrima de Arturo Pérez Reverte, el juego de palabras era divertido.

Juana era una hermosa chica, como lo era Adela la protagonista. Tan pronto como Adela apareció en el libro, supe que se parecían. De tal modo que, ya que el maestro de esgrima estaba enamorado como un adolescente, tuve que preguntarme yo sobre mis sentimientos hacia ella.

Este encuentro me ha conmovido mucho y el hecho es que he empezado escribiendo todo al revés. Por lo tanto vuelvo al inicio, es decir, a mi encuentro con Juana.

No tenía proyectos para el fin de semana y esta mañana me he comprado un libro. Al salir del Cortes Inglés me he chocado con Juana. Iba deprisa y parecía nerviosa. Me miró un rato. Pensé que era para situarme en sus recuerdos, por el contrario era para ayudarme a grabar su cara en mi mente. Se preguntaba si iba a lograr hacer resurgir mis recuerdos. Se equivocaba, desde hace mucho tiempo estaban durmiendo en un rincón de mi memoria. Hoy se ha despertado Juana en mi memoria al interrogarme: Juana buscó un rato en su mente antes de desafiarme: Después de haber quedado conmigo, Juana se fue. Hay un montón de preguntas que no me atrev hacerle a Juana, como por ejemplo: «¿Con qué estudiante te casaste?, ¿Cuándo te enamoraste de él?, ¿Cómo era ese gilipollas? (seguro que lo es) ¿Qué hizo para molestarte y para que te divorciaras de él?, ¿Quién te consoló después de la ruptura?, y quizás las preguntas más importantes: ¿Hay otro chico en tu vida?, ¿Dónde vives ahora? »... Lo importante era que iba a verla otra vez.

Entonces la vi por primera vez un martes, es lo que dijo Juana, no me acordaba del día sino de la camisa que llevaba y del enigma de las camisas. Fue ella quién me dirigió la palabra para decirme una trivialidad. Estuve a punto de tomarla por tonta. Muy hermosa y muy tonta. Decidí burlarme de ella. Era muy estúpida su observación: Sí, muy hermosa y muy tonta. Carecían de pertinencia e inteligencia sus repuestas, pensé que era una pena: Dios la creó bella pero boba. Decidí reírme más de ella. Una sonrisa iluminó su cara. Su piel estaba tan resplandeciente que la encontré cariñosa. De repente, sentí haber querido reírme de ella. Pensé que era demasiado tonta, «¡Qué pena!», para ligar el físico no basta. Necesitaba una chica capaz de distraerme, más culta y más lista. Lo de los enigmas era un buen truco para seleccionar a las chicas. No me acuerdo bien de cuáles eran mis criterios, tampoco porqué rechacé a Juana, quizás porque además de ser tonta era tímida. En este asunto parece haber cambiado. No la imaginaba capaz de desafiarme, tampoco de elegir el precio que tenía que pagar: una cena.

Tenía pocos días para resolver el enigma de Juana. Pero si no lo resuelvo, ¿qué más da? ya que tengo de invitarla, la solución no tiene importancia. No sé lo que me ha pasado. ¡Qué estúpida es la idea que se me ha ocurrido!, ¿Por qué le he dicho que la invitaba incluso si perdía yo?, sin embargo me dio ella el apodo de maestro del enigma, y tengo que estar a la altura de mi reputación.

Juana me ha retado y no voy a rendirme. Soy más luchador ahora. El enigma que hizo perder a un cabo no puede vencerme a mí. Eso es imposible. Vuelvo a encontrar mis reflejos de la universidad. Voy a luchar para probarle a Juana que nadie puede jugar conmigo, tampoco decidir en mi lugar el precio de la derrota. No obstante, la jornada ha sido rica en emociones. Voy a consultarlo con la almohada.


2. Segundo enigma


Mi almohada es una traidora. No solo no me aconsejó sino que llenó mis sueños con visiones encantadoras. Veía a Juana. Estaba yo en el centro de un carrusel viendo pasar a los caballos y, en cada uno estaba una Juana más bella que la precedente. Yo paralizado, admiraba su melena larga de pelo ondulado y castaño, sus ojos color avellana y sus cejas finas, su boca siempre sonriendo, sus dientes blancos para comerse la vida, su piel de seda, su cuello largo, unos hombros de diosa...

Me he incorporado indignado. Jamás una chica me impidió dormir. No va a ser Juana la que va a comenzar. Tenía que animarme. He bajado a la calle para desayunar un café con bollos en la terraza de un bar, tomando el sol y borrando las últimas huellas de mis sueños. Andando establecía un plan de batalla. Olvidados los bollos, olvidado el café. Nunca pedía huevos ni zumo de naranja ¿Qué me pasaba? Habitualmente, defiendo las costumbres españolas considero mediocre el estilo de vida de los extranjeros.

En el café Oliver hemos adaptado el brunch al gusto de nuestros clientes, además de café, té o chocolate, bollería casera, mantequilla y mermelada, le propongo huevos benedictinos, revueltos con queso y hierbas, o fritos con bacón. De segundo ensalada César o tropical, o pancakes con sirope de savia de arce.

Sin darme cuenta he ido por la Gran Vía hasta el Instituto Cervantes. He girado a la izquierda, he seguido andando por la calle del Barquillo antes de tomar a la derecha la calle del Almirante. Durante mis años de estudiante, alquilaba un piso en la calle del Almirante y trabajaba en el Instituto Cervantes como bibliotecario en vacaciones. Juana venía a buscar libros, muchos libros, era una gran lectora. Mis pies también recordaban a Juana y los años felices de universidad juntos. Disfrutar de un excelente desayuno en un bar famoso con mis mejores recuerdos ¿Qué pedir más? He saboreado el desayuno, excelente como siempre. Al salir del Oliver, estaba más optimista que nunca.

Por suerte, no estaba lejos de la calle de Méndez Núñez donde se encuentra el museo del ejército. ¿Qué mejor lugar que el museo del ejército para resolver un enigma de militares? El enigma que derrotó a un cabo e hizo ganar a un general tenía su solución allí. Estaba muy contento de haber hecho esta deducción al final de una noche tan revuelta como los huevos del desayuno.

La diosa Cibeles me guiñó el ojo para traerme suerte al cruzar la plaza emblemática en la que los aficionados celebran las victorias del Real Madrid. Desafortunadamente, el museo del ejército estaba cerrado de manera definitiva. Lo han traslado a Toledo. El guiño de Cibeles era irónico. ¡Qué decepción! Al seguir caminando un poco más me he enterado de que el Museo del Prado me abría los brazos. ¿Por qué no entrar? Siempre me reconforta la vista de unas obras maestras.

Es imprescindible, siendo español, admirar el Dos de mayo, honor del pueblo de Madrid y el Tres de mayo delante del cual cada español tiene que rezar unas oraciones a la gloria de sus antepasados. Siempre empiezo mis visitas por estos cuadros de Goya.

Después, voy a ver sus pinturas negras. Me gusta también contemplar la majestuosa pintura Isabel la Católica dictando su testamento de Rosales Gallinas. Al volver, he visto el cuadro de Juana. Otra vez más mis pies cómplices me llevaron a Juana. Ahora me acordaba de este gigantesco cuadro de casi tres metros y medio de altura y cinco metros de anchura: Doña Juana la loca de Francisco Pradilla y Ortiz. Vine una vez con Juana a ver este cuadro, otra vez quise mofarme de ella. Me parecía oír nuestro diálogo de aquellos años felices: Su mirada escandalizada era muy divertida. Decidí reírme un poco más de ella que era tan ingenua. Era cosa demasiado fácil. Cuando salimos, casi anochecía o por lo menos lo parecía, ya que el cielo estaba muy nublado. Le dije: La recompensa prometida animó a Juana que parecía desesperada por nuestra conversación delante del cuadro de Juana loca por amor. Veía girar las ruedas de su cerebro bajo la piel diáfana de su frente. De vez en cuando una luz de victoria iluminaba sus ojos, pero se apagaba rápidamente para dejar sitio a otra esperanza también rápidamente abandonada. Al cabo de un rato de reflexión febril, desordenada y casi desconsolada, Juana abandonó y aceptó tristemente la idea de volver sola a su casa. Oscura y mejor negra... Oscura fue la mirada de hostilidad que me lanzó Juana. Se fue llena de rabia contenida. Habitualmente, cuando nos separábamos, se volvía para mirarme una última vez después de algunos pasos. Esta vez no. Se me ocurrió la estúpida idea de modificar la letra de «El son de la negra» y cantar:

«Negrita de mis pesares
Ojos de papel volando
Siempre crees que sí
Cuando yo pienso que no.»


Sí, tengo que reconocerlo, en aquella época era un imbécil torpe y me gustaba meter la pata... Además tenía miedo de Juana, a veces, la veía como la Juana del cuadro con sus ideas. En absoluto, era una chica esperando a un novio fiel. Y a mí, la fidelidad me parecía un rollo, una convención tan estúpida como inútil.

Siempre mi padre me decía: «Los hombre jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los hombres viejos quieren ser infieles y no lo logran». Era una cita de Oscar Wilde. La infidelidad era para mí el signo distintivo de la juventud y de la libertad. Por supuesto, no era un burlador omo Don Juan, pero tenía mi honor de macho. Mi madre siempre repetía un refrán: «Cuiden a sus gallinas que mi gallo anda suelto». No iba a meterme en un lío con esta chica que ya estaba loca.

Me fui de juerga para emborracharme y estar seguro de dormir une noche entera sin sueños, sin pesadillas. Me juré también respetar un principio: nunca tener problemas por culpa de una chica.


3. Tercer enigma


Al día siguiente fui otra vez a desayunar al café Oliver. Este café me atraía como un imán atrae al hierro. ¿Por qué? Lo supe al ver a Juana sentada en frente de mí en la misma mesa. No era una visión, sino un recuerdo. Invité una vez a Juana a tomar un café y a merendar. Supongo que quería deslumbrarla con mis esplendores eligiendo el café Oliver. No tenía ningún recuerdo de esta invitación hasta esta mañana. La vi de verdad saboreando una bomba de chocolate. ¿Por qué este recuerdo se ha borrado de mi memoria?

¡Qué linda estaba! Sus ojos brillaban y echaban chispas de placer. Sonría de manera divina como los ángeles en las nubes del paraíso. ¡Qué tontería escribo yo! Me vuelvo romántico. Tacho mentalmente lo de los ángeles (porque no quiero ensuciar mi diario), pero tengo que decir que era encantadora su manera de pasar la lengua sobre los labios para recoger las migajas de chocolate. Le expliqué porqué este café era un lugar mítico. Juana me dirigió una mirada de agradecimiento y de amor. Me tomó la mano, su piel ardía conmoviéndome demasiado, tenía que escaparme del peligro. Juana perdió la sonrisa. Me acarician sus ojos. Juana me atraía en su mundo femenino redondo sin ángulos para esconderme. Me volvieron a la mente la cita de Oscar Wilde y el refrán de mi madre. Era demasiado joven para vivir hasta la muerte en esta cárcel, no era yo este caballero siempre fiel dedicando su vida a adorar a su dama. Pidió la ayuda a los enigmas, un poco de matemáticas y de lógica para cortar este sortilegio, Vade retro ángel... No era un buen compromiso. Para mí los enigmas eran unas buenas armas. Cuando había un peligro, me refugiaba en el abrigo de un enigma. Se apagaba la tensión y el juego intelectual alejaba el peligro puesto que todos abandonaban el tema para ser el primero en encontrar la solución. Ahora me sentía sin protección.

Hoy puedo escribir eso en mi diario, en aquella época no pensaba así, las cosas no eran tan claras como hoy. He llegado a pensar que Don Juan también se escondía detrás de su disfraz de burlador. No era capaz de mantener una relación estable, tenía miedo de las que engañaba, era la única manera para él de sentirse existir. Era su papel, era su sufrimiento, era su castigo.

Aquel día, en el café Oliver, fui un cobarde también. No hablé del programa de Juana, no le contesté no teníamos el mismo sentido del gozar de la vida. Otra vez desvié la conversación: Juana admiró otra vez el cuidado de los detalles, de las materias, de los colores. Silencio, un silencio pesado. La mirada de Juana estaba ahora sin luminosidad, ni una huella de sonrisa en su cara. Un cambio impresionante. No entendía nada, me puse nervioso, empecé a tabalear sobre la mesa con los dedos de mi mano. Al cabo de un rato, Juana se levantó y me dijo: Se fue sin dejarme tiempo para contestar. A la mañana siguiente no la vi y no apareció por la universidad. Creía haber olvidado a Juana hasta el encuentro del sábado pasado.

Juana no estaba loca, acabo de darme cuenta de que estaba loco yo. Me queda una oportunidad, tengo que cogerla al vuelo. El enigma hizo ganar a un general y perder a un cabo. El cabo no es alto, me lo dijo Juana, seguro que es Napoleón. Era bajo y era cabo. Sus soldados, en tono de burla, pero también por afecto le llamaban el pequeño cabo. Encontraron arsénico en sus cabellos, lo que reabrió el enigma de su muerte, pero, ¿Quién es este general que ganó?

Napoleón era general también, y esto me recuerda una anécdota. No sé donde la he leído, pero es muy graciosa. Un cabo estaba siempre al lado de Napoleón. El cabo estaba muy orgulloso por haber sido elegido por un genio militar. Antes de dar órdenes a sus oficiales para la batalla, Napoleón las escribía y las hacía leer al cabo. El cabo debía decir lo que había entendido y dar su opinión. Napoleón escuchaba al cabo y a veces reescribía sus órdenes, hasta ocho veces. El cabo era muy orgulloso, se decía que era el más inteligente puesto que le pedía consejo Napoleón. El cabo leía las órdenes antes que los oficiales, sabía lo de la batalla antes que los demás. Y pensaba que las batallas eran ganadas gracias a su inteligencia. En eso estaba muy equivocado. Napoleón estaba convencido de que sus órdenes no servían para nada cuando eran mal interpretados. Entonces, eligió al soldado menos inteligente de su ejército, así que Napoleón daba solo órdenes que incluso los soldados de inteligencia más limitada podían entender. Eso es divertido, pero tampoco es un enigma.

Tal vez el enigma es un juego de palabras, como por ejemplo: el general ganó la batalla, pero al final perdió la guerra. Eso me gusta, pero no es del estilo de Juana, tampoco es un enigma.

Juana me dijo, delante del cuadro del Prado, que era nula en historia. Entonces la solución es más sencilla, no es necesario ser culto para encontrarla. ¿Por qué no un examen en la escuela militar? El general aprueba, es decir, gana y el cabo es suspendido, es decir, pierde. Eso es. Mañana te veo Juana, merezco una buena noche.


4 - El verdadero enigma


He desayunado deprisa en mi piso, no tenía tiempo. Quería invitar a Juana a celebrar nuestro reencuentro a orillas del mar, pero no una cena, sino un fin de semana entero. He ido a una agencia de viajes, he elegido un hotel en las playas de la Costa del Azahar. La flor del naranjo es blanca, pura y huele a felicidad, a tranquilidad, a paz, al gozar de la vida que tanto gusta a Juana.

He hecho una reserva en un hotel de Peñíscola, ciudad en el mar como está escrito en el folleto. Un hotel pero con dos habitaciones, no quiero comportarme como un ligón, no quiero fracasar al empezar. Es muy romántico el paseo por la playa al anochecer, pero es peligroso hablar de un hotel, incluso con dos habitaciones. ¿Cómo va a reaccionar Juana? tengo miedo, estoy loco, estoy nervioso...

No, ¡Todo eso es una estupidez, un sueño imposible! Lo he pensado al enterarme de que Juana no conocía mi dirección. Se ha burlado de mí, era su venganza. Muy bien pensada, muy bien hecha. De repente me he sentí vacío, flojo, inútil, estúpido. El burlador burlado. El engañador engañado, el embaucador embaucado... Cuando sonó el teléfono. Ha colgado demasiado rápido, me he quedado sin contestar.

¡El Chicote! ¡Qué memo! ¡Estaba orgulloso de llevarla al café Oliver! ¡El Chicote! Donde se puede sentar en los sofás que acogieron a Grace Kelly, a Ava Gardner, a Sofía Loren, a Gina Lollobrigilda o a Frank Sinatra... Es imposible hacer una lista de todos los famosos que tomaron unas copas en el Chicote. Sí, para la historia la hermosísima princesa Soraya esposa del Sha de Persia. Princesa Soraya, princesa Juana....

La he esperado en la puerta del Chicote, aun temía una broma. La he visto llegar de lejos, más resplandeciente que nunca. Nos hemos sentado en sofás profundos. El camarero inclinó la cabeza. Estaba petrificado en mi sofá, ¡Qué cambio! No reconocía a la chica tímida de la universidad. Reflexioné un ratito, respiré y me lancé:

Antón Terías, enero de 2012.


Volver al inicio de la página