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Enigmas
1- Primer enigma
El sábado es fatal cuando no tengo una fiesta prevista. Me aburro mucho. Estos días solamente, escribo en mi diario.
Es una paradoja, porque no tengo nada que contar, pero contándolo el tiempo se pasa más rápido. Pero esta vez, tengo
algo que contar. Como muchos escritores, confío todo a mi diario. Antes de despedirnos, Juana me preguntó:
- - ¿Cómo quedamos?
- - ¿Qué te parece el martes a la seis de la tarde? Yo me quedo en mi casa estos días. Voy a buscar la solución de tu enigma.
¿Hay algo más interesante que hacer?
- - La verdad es que no. Entonces nos vemos el martes.
Nos vimos un martes por primera vez, y por supuesto, me dijiste que descifrara un enigma: el enigma de las camisas. Aún me río.
Siempre has sido el maestro de los enigmas.
Nos hemos despedido con un beso en las mejillas. Sus labios tiernos y tibios me recordaron los años felices.
En aquellos años Juana me llamaba «el maestro del enigma». El hecho es que después de la lectura en la universidad de la novela
de El maestro de esgrima de Arturo Pérez Reverte, el juego de palabras era divertido.
Juana era una hermosa chica, como lo era Adela la protagonista. Tan pronto como Adela apareció en el libro, supe que se parecían.
De tal modo que, ya que el maestro de esgrima estaba enamorado como un adolescente, tuve que preguntarme yo sobre mis sentimientos hacia ella.
Este encuentro me ha conmovido mucho y el hecho es que he empezado escribiendo todo al revés. Por lo tanto vuelvo al inicio, es decir,
a mi encuentro con Juana.
No tenía proyectos para el fin de semana y esta mañana me he comprado un libro. Al salir del Cortes Inglés me he chocado con Juana.
Iba deprisa y parecía nerviosa. Me miró un rato. Pensé que era para situarme en sus recuerdos, por el contrario era para ayudarme a
grabar su cara en mi mente. Se preguntaba si iba a lograr hacer resurgir mis recuerdos. Se equivocaba, desde hace mucho tiempo
estaban durmiendo en un rincón de mi memoria. Hoy se ha despertado Juana en mi memoria al interrogarme:
- - ¿Te acuerdas de mí? soy Juana. Éramos estudiantes en la misma universidad.
- - Sí, te he reconocido al instante. Pero no terminaste tu carrera. Despareciste y nunca volvimos a verte,
- - Me casé, y casi después de haberme casado, me divorcié. Era un idiota.
- - Lo siento.
- - No, lo siento yo por haberme equivocado de esta forma. Ahora no pienso en ese estúpido. He vuelto a la Complutense.
Voy a dedicarme al periodismo, dijo Juana bajando la mirada.
- - Enhorabuena, respondí con alegría.
- - Gracias. Pero no te he olvidado y aprovecho este encuentro. Tengo que vengarme. Siempre nos proponías adivinanzas. A menudo
intentaba encontrar soluciones, muchas veces no pegué ojo por la noche, al final siempre fallaba. Quería encontrar la solución
antes que mis compañeros pero todo era en vano. Tampoco ellos encontraban nada. Pero esta vez tengo mi venganza,
respondió Juana con una mirada diferente.
- - Anda mujer, ¡Véngate!
- - Con mucho gusto. Me da un poco de vergüenza, porque mi profesor de periodismo de la Universidad Complutense,
Rafael Moreno Izquierdo me enseñó el enigma ya que lo reveló en un artículo. Yo no tengo tu imaginación y siempre te he admirado por la tuya.
- - ¿Un enigma? Me encantan los enigmas. Me gustan mucho las adivinanzas, pero me encantan los enigmas. Sin embargo,
creía que odiabas las adivinanzas, los enigmas, los rompecabezas y los acertijos...
- - Sí, todavía me fastidia no saber encontrar la respuesta. Ya te lo he dicho, tengo que vengarme. Vas a escuchar
mi primer y último enigma. ¿Estás preparado?, dijo Juana poniendo una mirada pícara
- - Te escucho. Estoy listo, y espero ser bastante listo para resolver tu enigma.
- - Te advierto de que no solo es un juego... es una apuesta.
- - De acuerdo apostemos. ¿Qué apostamos?
- - Una cena. Me invitas a cenar.
- - ¿Y si gano yo?
- - No vas a ganar. Es imposible.
- - Pues si pierdo yo, te invito a cenar y si gano, aceptas mi invitación.
- - Me gusta, ¿me vas a invitar a cenar o a qué me vas a invitar?
- - Es una sorpresa. Ahora dime tu enigma.
Juana buscó un rato en su mente antes de desafiarme:
- - "El enigma hizo ganar a un general y perder a un cabo".
- - ¿Algunas pistas?
- - No, no necesitas pistas. Eres el maestro del enigma ¿No?
- - ¡Ayúdame por favor! ¿Es alto el cabo?
- - No, no es un hombre alto.
- - A lo mejor casi he resuelto el enigma.
- - A lo mejor vas a ganar.
- - A lo mejor prefiero perder, contesté sin pensar.
Después de haber quedado conmigo, Juana se fue. Hay un montón de preguntas que no me atrev hacerle a Juana, como por ejemplo:
«¿Con qué estudiante te casaste?, ¿Cuándo te enamoraste de él?, ¿Cómo era ese gilipollas? (seguro que lo es) ¿Qué hizo para
molestarte y para que te divorciaras de él?, ¿Quién te consoló después de la ruptura?, y quizás las preguntas más importantes:
¿Hay otro chico en tu vida?, ¿Dónde vives ahora? »... Lo importante era que iba a verla otra vez.
Entonces la vi por primera vez un martes, es lo que dijo Juana, no me acordaba del día sino de la camisa que llevaba y del enigma
de las camisas. Fue ella quién me dirigió la palabra para decirme una trivialidad. Estuve a punto de tomarla por tonta. Muy hermosa
y muy tonta. Decidí burlarme de ella. Era muy estúpida su observación:
- - ¡Qué camisa tan bonita llevas!
- - Sí, y muy roja.
- - ¿Eres comunista?
- - No, pero me encanta el rojo.
- - Es un rojo estupendo.
Sí, muy hermosa y muy tonta. Carecían de pertinencia e inteligencia sus repuestas, pensé que era una pena: Dios la creó bella pero boba.
Decidí reírme más de ella.
- - Puesto que pareces muy observadora y muy lista, te voy a poner un enigma. Seguro que vas a encontrar la solución.
Mira, todas las camisas que tengo son rojas menos dos. Todas son azules menos dos y todas son amarillas menos dos. ¿A ver
si puedes calcular cuántas camisas tengo de cada clase?
- - ¿Y cómo voy a saberlo yo?, dijo Juana sorprendida.
- - Descubrí una luz de pánico en sus ojos admirables. Frunció las cejas para reflexionar mejor, contó con sus dedos, dibujó en
el aire con el índice unas camisas, propuso algunas soluciones, todas falsas y reconoció su derrota con una mirada de tristeza.
- - Es sencillo, tengo tres camisas, una roja, una azul y una amarilla, es decir, todas rojas menos dos, la azul y la amarilla, todas
azules menos dos, la roja y la amarilla, todas amarillas menos dos, la roja y la azul.
- - ¡Qué bueno!, dijo Juana con admiración.
Una sonrisa iluminó su cara. Su piel estaba tan resplandeciente que la encontré cariñosa. De repente, sentí haber querido
reírme de ella. Pensé que era demasiado tonta, «¡Qué pena!», para ligar el físico no basta. Necesitaba una chica capaz de
distraerme, más culta y más lista. Lo de los enigmas era un buen truco para seleccionar a las chicas. No me acuerdo bien de
cuáles eran mis criterios, tampoco porqué rechacé a Juana, quizás porque además de ser tonta era tímida. En este asunto parece
haber cambiado. No la imaginaba capaz de desafiarme, tampoco de elegir el precio que tenía que pagar: una cena.
Tenía pocos días para resolver el enigma de Juana. Pero si no lo resuelvo, ¿qué más da? ya que tengo de invitarla, la solución no tiene
importancia. No sé lo que me ha pasado. ¡Qué estúpida es la idea que se me ha ocurrido!, ¿Por qué le he dicho que la invitaba
incluso si perdía yo?, sin embargo me dio ella el apodo de maestro del enigma, y tengo que estar a la altura de mi reputación.
Juana me ha retado y no voy a rendirme. Soy más luchador ahora. El enigma que hizo perder a un cabo no puede vencerme a mí.
Eso es imposible. Vuelvo a encontrar mis reflejos de la universidad. Voy a luchar para probarle a Juana que nadie puede jugar conmigo,
tampoco decidir en mi lugar el precio de la derrota. No obstante, la jornada ha sido rica en emociones. Voy a consultarlo con la almohada.
2. Segundo enigma
Mi almohada es una traidora. No solo no me aconsejó sino que llenó mis sueños con visiones encantadoras. Veía a Juana.
Estaba yo en el centro de un carrusel viendo pasar a los caballos y, en cada uno estaba una Juana más bella que la precedente.
Yo paralizado, admiraba su melena larga de pelo ondulado y castaño, sus ojos color avellana y sus cejas finas,
su boca siempre sonriendo, sus dientes blancos para comerse la vida, su piel de seda, su cuello largo, unos hombros de diosa...
Me he incorporado indignado. Jamás una chica me impidió dormir. No va a ser Juana la que va a comenzar. Tenía que animarme. He bajado
a la calle para desayunar un café con bollos en la terraza de un bar, tomando el sol y borrando las últimas huellas de mis sueños.
Andando establecía un plan de batalla.
- - Buenos días señor, ¿Qué le pongo?, me preguntó el camarero con educación.
Segundo despertar. El camarero esperaba mi pedido.
- - Huevos revueltos y un zumo de naranja.
Olvidados los bollos, olvidado el café. Nunca pedía huevos ni zumo de naranja ¿Qué me pasaba? Habitualmente, defiendo las costumbres
españolas considero mediocre el estilo de vida de los extranjeros.
En el café Oliver hemos adaptado el brunch al gusto de nuestros clientes, además de café, té o chocolate, bollería casera,
mantequilla y mermelada, le propongo huevos benedictinos, revueltos con queso y hierbas, o fritos con bacón.
De segundo ensalada César o tropical, o pancakes con sirope de savia de arce.
Sin darme cuenta he ido por la Gran Vía hasta el Instituto Cervantes. He girado a la izquierda, he seguido andando
por la calle del Barquillo antes de tomar a la derecha la calle del Almirante. Durante mis años de estudiante, alquilaba
un piso en la calle del Almirante y trabajaba en el Instituto Cervantes como bibliotecario en vacaciones. Juana venía a
buscar libros, muchos libros, era una gran lectora. Mis pies también recordaban a Juana y los años felices de universidad
juntos. Disfrutar de un excelente desayuno en un bar famoso con mis mejores recuerdos ¿Qué pedir más? He saboreado el desayuno,
excelente como siempre. Al salir del Oliver, estaba más optimista que nunca.
Por suerte, no estaba lejos de la calle de Méndez Núñez donde se encuentra el museo del ejército. ¿Qué mejor lugar que
el museo del ejército para resolver un enigma de militares? El enigma que derrotó a un cabo e hizo ganar a un general
tenía su solución allí. Estaba muy contento de haber hecho esta deducción al final de una noche tan revuelta como los huevos del desayuno.
La diosa Cibeles me guiñó el ojo para traerme suerte al cruzar la plaza emblemática en la que los aficionados celebran las victorias
del Real Madrid. Desafortunadamente, el museo del ejército estaba cerrado de manera definitiva. Lo han traslado a Toledo.
El guiño de Cibeles era irónico. ¡Qué decepción! Al seguir caminando un poco más me he enterado de que el Museo del Prado me abría los brazos.
¿Por qué no entrar? Siempre me reconforta la vista de unas obras maestras.
Es imprescindible, siendo español, admirar el Dos de mayo, honor del pueblo de Madrid y el Tres de mayo delante del cual cada español
tiene que rezar unas oraciones a la gloria de sus antepasados. Siempre empiezo mis visitas por estos cuadros de Goya.
Después, voy a ver sus pinturas negras. Me gusta también contemplar la majestuosa pintura Isabel la Católica dictando su testamento de Rosales Gallinas. Al volver, he visto el cuadro de Juana. Otra vez más mis pies cómplices me llevaron a Juana.
Ahora me acordaba de este gigantesco cuadro de casi tres metros y medio de altura y cinco metros de anchura: Doña
Juana la loca de Francisco Pradilla y Ortiz. Vine una vez con Juana a ver este cuadro, otra vez quise mofarme de ella.
Me parecía oír nuestro diálogo de aquellos años felices:
- - Tenéis el mismo nombre. Estoy seguro de que sabes más que yo de su historia.
- - No es cierto, soy muy mala en historia. Cuéntamela. Cuentas las cosas de manera estupenda.
- - Juana, Infanta de Castilla y de Aragón se casó con Felipe «el hermoso» archiduque de Austria. Los esposos
se enamoraron locamente solo con verse (no se conocían antes de la boda), pero Felipe volvió a ser un mujeriego.
No obstante, cuando murió éste (quizás envenenado), Juana fue una viuda inconsolable. Acompañó el ataúd de su
marido hasta Granada para enterrarlo.
- - Parece loca por amor.
- - Pero lo era de verdad y no por culpa del amor.
- - No, fíjate en esta mirada vacía perdida en el féretro. Está impasibilidad ante las inclemencias del tiempo,
la muerte de su amor le ha quitado el sentido de la vida y le ha ensombrecido la mente, como sugiere el pintor
con este cielo triste y nublado.
- - No está mal tu análisis. Eres una buena crítica, pero de verdad era loca. Después del entierro, ni quería
cambiarse de ropa, ni quería lavarse, pero solo era una agravación.
- - Te faltan el sentido de la poesía y la sensibilidad de las grandes enamoradas, la comprendo yo, estoy triste y desconcertada como ella.
- - Tal vez me falta todo lo que dices, pero el hecho es que ya era una loca, hay documentos, y este viaje de ocho
meses acompañando a un cadáver (la reina Juana no se separó ni un instante del féretro), agravó su estado mental.
Lo de la locura por amor, solo es una tontería para las modistillas.
- - No entiendes nada del amor, y si no entiendes nada es porque eres incapaz de amar.
Su mirada escandalizada era muy divertida. Decidí reírme un poco más de ella que era tan ingenua. Era cosa demasiado fácil.
Cuando salimos, casi anochecía o por lo menos lo parecía, ya que el cielo estaba muy nublado. Le dije:
- - Si encuentras la solución a mi enigma, te llevo a tu casa, si no lo encuentras, nos vemos mañana. Es un enigma fácil.
Has analizado bien el cuadro, vas a analizar bien la situación. Hay un corte de electricidad en Madrid y todos los faroles
del Paseo del Prado están apagados. Un coche sube a toda velocidad por el paseo con las luces también apagadas.
En la esquina, un tío distraído cruza sin mirar la circulación. Es un negro, todo vestido de negro, zapatos negros,
pantalón negro, camisa negra, sombrero negro. El atropello parece ser inevitable. Sin embargo, el chófer logra verlo
y evitar el accidente. ¿Cómo se ha dado cuenta el chófer del peatón?
La recompensa prometida animó a Juana que parecía desesperada por nuestra conversación delante del cuadro de Juana
loca por amor. Veía girar las ruedas de su cerebro bajo la piel diáfana de su frente. De vez en cuando una luz de
victoria iluminaba sus ojos, pero se apagaba rápidamente para dejar sitio a otra esperanza también rápidamente
abandonada. Al cabo de un rato de reflexión febril, desordenada y casi desconsolada, Juana abandonó
y aceptó tristemente la idea de volver sola a su casa.
- - No sé, eres el maestro del enigma y yo, soy Juana la loca.
- - Es muy sencillo. Te he engañado. Seguro que estabas pensando e imaginando el Paseo del Prado por la noche.
- - Sí, es normal puesto que había un corte de electricidad.
- - Pero es una manipulación mental. Te he dado pistas para sugerir la noche, la oscuridad, el color
negro: falta de luces, el tío negro, la ropa negra. Pero nunca te he dicho que era de noche. De día, el
chófer no tuvo dificultades para ver al peatón. Es la única solución, el coche iba de día por el paseo. Has caído en la trampa oscura.
Oscura y mejor negra... Oscura fue la mirada de hostilidad que me lanzó Juana. Se fue llena de rabia contenida.
Habitualmente, cuando nos separábamos, se volvía para mirarme una última vez después de algunos pasos. Esta vez no.
Se me ocurrió la estúpida idea de modificar la letra de «El son de la negra» y cantar:
«Negrita de mis pesares
Ojos de papel volando
Siempre crees que sí
Cuando yo pienso que no.»
Sí, tengo que reconocerlo, en aquella época era un imbécil torpe y me gustaba meter la pata...
Además tenía miedo de Juana, a veces, la veía como la Juana del cuadro con sus ideas. En absoluto, era
una chica esperando a un novio fiel. Y a mí, la fidelidad me parecía un rollo, una convención tan estúpida como inútil.
Siempre mi padre me decía: «Los hombre jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los hombres viejos quieren ser infieles y no lo logran».
Era una cita de Oscar Wilde. La infidelidad era para mí el signo distintivo de la juventud y de la libertad. Por supuesto, no era un burlador
omo Don Juan, pero tenía mi honor de macho. Mi madre siempre repetía un refrán: «Cuiden a sus gallinas que mi gallo anda suelto».
No iba a meterme en un lío con esta chica que ya estaba loca.
Me fui de juerga para emborracharme y estar seguro de dormir une noche entera sin sueños, sin pesadillas. Me juré también respetar un
principio: nunca tener problemas por culpa de una chica.
3. Tercer enigma
Al día siguiente fui otra vez a desayunar al café Oliver. Este café me atraía como un imán atrae al hierro. ¿Por qué?
Lo supe al ver a Juana sentada en frente de mí en la misma mesa. No era una visión, sino un recuerdo. Invité una vez a
Juana a tomar un café y a merendar. Supongo que quería deslumbrarla con mis esplendores eligiendo el café Oliver. No tenía
ningún recuerdo de esta invitación hasta esta mañana. La vi de verdad saboreando una bomba de chocolate. ¿Por qué este recuerdo
se ha borrado de mi memoria?
¡Qué linda estaba! Sus ojos brillaban y echaban chispas de placer. Sonría de manera divina como los ángeles en las nubes del paraíso.
¡Qué tontería escribo yo! Me vuelvo romántico. Tacho mentalmente lo de los ángeles (porque no quiero ensuciar mi diario), pero tengo
que decir que era encantadora su manera de pasar la lengua sobre los labios para recoger las migajas de chocolate. Le expliqué
porqué este café era un lugar mítico.
- - Este café, desde su inicio, ha sido un lugar emblemático de Madrid. En este establecimiento se reunieron
los intelectuales tanto nacionales como internacionales. Su fachada de madera violeta desprende este aroma intelectual
y refinado. Sus nuevos dueños intentan mantener esta distinción artística que siempre fue su marca.
- - Es precioso, has elegido el que más podía gustarme, dijo Juana.
Juana me dirigió una mirada de agradecimiento y de amor. Me tomó la mano, su piel ardía conmoviéndome demasiado, tenía que escaparme del peligro.
- - Mira todas estas estanterías llenas de botellas, como un ejército al asalto del placer del cliente.
- - ¡Qué buena metáfora!
- - Sí una buena metáfora, y se me ocurre una idea... un nuevo enigma. Una botella de vino cuesta diez euros. El vino cuesta nuevo
euros más que la botella vacía. ¿Cuánto cuesta la botella?
- - Eso no es un enigma sino una evidencia. No es necesario contar, tampoco reflexionar. La botella cuesta un euro.
- - Entonces, si la botella cuesta un euro, el vino que cuesta nueve euros más, se vende a un euro más nueve son diez euros y la
botella llena se vende a once euros. Sin embargo el camarero vende la botella a diez euros. Tu cuenta es falsa.
Juana perdió la sonrisa.
- - ¿Es otra trampa?
- - Muchas veces un enigma es una trampa para sugerir un razonamiento falso. Hay que desconfiar de los razonamientos demasiado evidentes.
- - A mí no me gustan estas sutilidades que no sirven para nada. Soy una chica sencilla a la que le gustan los placeres
simples de la vida: tomar el sol, saborear un buen postre como éste, gozar de la vida, amar, acariciar...
Me acarician sus ojos. Juana me atraía en su mundo femenino redondo sin ángulos para esconderme.
Me volvieron a la mente la cita de Oscar Wilde y el refrán de mi madre. Era demasiado joven para vivir hasta
la muerte en esta cárcel, no era yo este caballero siempre fiel dedicando su vida a adorar a su dama. Pidió
la ayuda a los enigmas, un poco de matemáticas y de lógica para cortar este sortilegio, Vade retro ángel...
- - No quiero molestarte con mis enigmas, pero déjame darte la solución de este último enigma: la botella cuesta
cincuenta céntimos, por lo que el vino cuesta nueve euros y cincuenta céntimos. Cincuenta céntimos más nueve euros y cincuenta céntimos son diez euros.
- - Lo que me interesa en tu demostración es que has dicho: el último enigma. ¿De acuerdo? Puedes poner millares de enigmas a los demás pero a mí, se acabó.
- - Lo he dicho, el último.
No era un buen compromiso. Para mí los enigmas eran unas buenas armas. Cuando había un peligro, me refugiaba
en el abrigo de un enigma. Se apagaba la tensión y el juego intelectual alejaba el peligro puesto que todos abandonaban
el tema para ser el primero en encontrar la solución. Ahora me sentía sin protección.
Hoy puedo escribir eso en mi diario, en aquella época no pensaba así, las cosas no eran tan claras como hoy. He llegado
a pensar que Don Juan también se escondía detrás de su disfraz de burlador. No era capaz de mantener una relación estable,
tenía miedo de las que engañaba, era la única manera para él de sentirse existir. Era su papel, era su sufrimiento, era su castigo.
Aquel día, en el café Oliver, fui un cobarde también. No hablé del programa de Juana, no le contesté no teníamos el mismo sentido del gozar
de la vida. Otra vez desvié la conversación:
- - Lo que me gusta en este café que se llama así desde hace poco es que siempre suscitó, animó, aplaudió la innovación
y la modernidad, incluso la provocación. ¿Te gusta la decoración?
Juana admiró otra vez el cuidado de los detalles, de las materias, de los colores.
- - ¡Qué guay!
- - Sí, ¡Qué guay!, has hecho sin saberlo un buen juego de palabras. Sabes que estamos en el barrio de Chueca. El barrio elegido
por los gays, y que este café es el lugar en el que uno podía atreverse a salir del armario.
- - ¿Salir del armario?
- - ¿No conoces esta expresión? Eres un poco puritana. Es lo contrario de estar en el armario.
- - Me río mucho, ¿Sabes que tienes mucho sentido del humor? Es lo contrario de no tener sentido del humor.
- - No hay que enfadarse, voy a explicártelo. La expresión estar en el armario, significa que alguien quiere mantener en secreto su orientación
sexual e incluso la niega socialmente. Salir del armario, es al contrario, hacer de manera pública una declaración de homosexualidad.
Silencio, un silencio pesado. La mirada de Juana estaba ahora sin luminosidad, ni una huella de sonrisa en su cara. Un cambio impresionante.
No entendía nada, me puse nervioso, empecé a tabalear sobre la mesa con los dedos de mi mano. Al cabo de un rato, Juana se levantó y me dijo:
- - Has hecho bien en prevenirme y te felicito por haber tenido el coraje de confesar tu homosexualidad. Esto me evitará demasiadas ilusiones.
Gracias por la bomba de chocolate era excelente. Hasta mañana.
Se fue sin dejarme tiempo para contestar. A la mañana siguiente no la vi y no apareció por la universidad.
Creía haber olvidado a Juana hasta el encuentro del sábado pasado.
Juana no estaba loca, acabo de darme cuenta de que estaba loco yo. Me queda una oportunidad, tengo que cogerla al vuelo.
El enigma hizo ganar a un general y perder a un cabo. El cabo no es alto, me lo dijo Juana, seguro que es Napoleón.
Era bajo y era cabo. Sus soldados, en tono de burla, pero también por afecto le llamaban el pequeño cabo. Encontraron arsénico
en sus cabellos, lo que reabrió el enigma de su muerte, pero, ¿Quién es este general que ganó?
Napoleón era general también, y esto me recuerda una anécdota. No sé donde la he leído, pero es muy graciosa.
Un cabo estaba siempre al lado de Napoleón. El cabo estaba muy orgulloso por haber sido elegido por un genio militar.
Antes de dar órdenes a sus oficiales para la batalla, Napoleón las escribía y las hacía leer al cabo. El cabo
debía decir lo que había entendido y dar su opinión. Napoleón escuchaba al cabo y a veces reescribía sus órdenes,
hasta ocho veces. El cabo era muy orgulloso, se decía que era el más inteligente puesto que le pedía consejo Napoleón.
El cabo leía las órdenes antes que los oficiales, sabía lo de la batalla antes que los demás. Y pensaba que las batallas
eran ganadas gracias a su inteligencia. En eso estaba muy equivocado. Napoleón estaba convencido de que sus órdenes
no servían para nada cuando eran mal interpretados. Entonces, eligió al soldado menos inteligente de su ejército, así que
Napoleón daba solo órdenes que incluso los soldados de inteligencia más limitada podían entender. Eso es divertido, pero tampoco es un enigma.
Tal vez el enigma es un juego de palabras, como por ejemplo: el general ganó la batalla, pero al final perdió la guerra.
Eso me gusta, pero no es del estilo de Juana, tampoco es un enigma.
Juana me dijo, delante del cuadro del Prado, que era nula en historia. Entonces la solución es más sencilla, no es necesario
ser culto para encontrarla. ¿Por qué no un examen en la escuela militar? El general aprueba, es decir, gana y el cabo es
suspendido, es decir, pierde. Eso es. Mañana te veo Juana, merezco una buena noche.
4 - El verdadero enigma
He desayunado deprisa en mi piso, no tenía tiempo. Quería invitar a Juana a celebrar nuestro reencuentro a orillas
del mar, pero no una cena, sino un fin de semana entero. He ido a una agencia de viajes, he elegido un hotel en las playas de
la Costa del Azahar. La flor del naranjo es blanca, pura y huele a felicidad, a tranquilidad, a paz, al gozar de la vida que
tanto gusta a Juana.
He hecho una reserva en un hotel de Peñíscola, ciudad en el mar como está escrito en el folleto.
Un hotel pero con dos habitaciones, no quiero comportarme como un ligón, no quiero fracasar al empezar. Es muy romántico
el paseo por la playa al anochecer, pero es peligroso hablar de un hotel, incluso con dos habitaciones.
¿Cómo va a reaccionar Juana? tengo miedo, estoy loco, estoy nervioso...
No, ¡Todo eso es una estupidez, un sueño imposible! Lo he pensado al enterarme de que Juana no conocía
mi dirección. Se ha burlado de mí, era su venganza. Muy bien pensada, muy bien hecha. De repente me he sentí
vacío, flojo, inútil, estúpido. El burlador burlado. El engañador engañado, el embaucador embaucado... Cuando sonó el teléfono.
- - Diga.
- - Soy Juana, tenemos una cita.
- - ¿Juana? ¿Conoces mi número?
- - No, no lo conozco, por eso te llamo, para pedírtelo.
- - ¿Me estás tomando el pelo?
- - ¿Qué te parece? Basta de tonterías, te espero en el Chicote. Hasta pronto.
Ha colgado demasiado rápido, me he quedado sin contestar.
¡El Chicote! ¡Qué memo! ¡Estaba orgulloso de llevarla al café Oliver! ¡El Chicote! Donde se puede sentar
en los sofás que acogieron a Grace Kelly, a Ava Gardner, a Sofía Loren, a Gina Lollobrigilda o a Frank Sinatra...
Es imposible hacer una lista de todos los famosos que tomaron unas copas en el Chicote. Sí, para la historia
la hermosísima princesa Soraya esposa del Sha de Persia. Princesa Soraya, princesa Juana....
La he esperado en la puerta del Chicote, aun temía una broma. La he visto llegar de lejos, más resplandeciente que nunca.
- - ¿Entramos o nos quedamos en la puerta?
- - Entramos. Estás muy guapa.
- - Gracias. Noto que has aprendido a hablar a las mujeres.
- - No, no he aprendido nada, digo solo la verdad.
- - Como el buen vino te mejoras con los años.
- - Y ahora soy perfecto...
- - No, exageras.
Nos hemos sentado en sofás profundos. El camarero inclinó la cabeza.
- - Señora Juana, siempre es un placer.
- - ¿Te conocen aquí?
- - El periodismo abre muchas puertas.
Estaba petrificado en mi sofá, ¡Qué cambio! No reconocía a la chica tímida de la universidad.
- - ¿Te has quedado callado? ¡Eras tan hablador en la universidad! Entonces empiezo yo. La última vez que
nos vimos creí que eras gay. Todos mis sueños borrados al salir del armario... Me he casado con un imbécil
para olvidarte, pero era él demasiado imbécil para seguir juntos y no he logrado olvidarte. Siendo periodista
fue muy fácil encontrar tus huellas. Investigué y me enteré de que no eras homosexual. Por fin, te devuelvo tu invitación.
- - Estupendo. Es todo lo que puedo decir. De todos modos ya sabes todo de mí.
- - ¿Todo? No, falta lo más importante. Todo lo que escapa a la perspicacidad de una periodista, incluso a una periodista como yo.
- - No sé qué decir, lo más importante eres tú... He resuelto el enigma, la solución es el diploma de una escuela militar.
Estás obligada a aceptar un fin de semana conmigo en Peñíscola.
- - Acepto con mucho gusto pero no has resuelto nada. El enigma es el nombre del arma secreta de Franco con la que ganó
la guerra. Era una máquina de escribir para codificar los mensajes. Franco compró una de estas máquinas a Alemania.
Franco la utilizó para coordinar ofensivas en distintos frentes. El enigma hizo ganar al general,
pero en 1939, antes de la Segunda Guerra Mundial. La inteligencia polaca envió a Francia y a Gran
Bretaña, los planes de la máquina. Los aliados conocían el contenido de los mensajes alemanes codificados
importantes. Por eso, Enigma hizo perder al cabo Hitler. Hubo un artículo en El País.
- - Impresionante como has cambiado, no sé qué decir... sí déjame ponerte un último enigma, te lo suplico, es muy importante.
- - De acuerdo, parece ser importantísimo.
Reflexioné un ratito, respiré y me lancé:
- - Soy un imbécil, y mi enigma no puedo resolverlo, porque no he entendido nada de lo ocurrido:
¿Cuándo me enamoré de ti?, ¿Por qué no me enteré?
- - Ahora conozco lo más importante.
- - No merezco una recompensa, pero tengo que pedirte tres deseos.
- - Los deseos de un idiota se cumplen fácilmente. Anda pídelos.
- - ¿Puedo quedarme contigo?, ¿Puedo amarte?, ¿Puedo mimarte?
- - Creo que sí.
- - ¿Y si soy demasiado torpe?
- - Te lo enseñaré yo.
- - ¿Qué?
- - El enigma del amor que es el verdadero enigma.
Antón Terías, enero
de 2012.
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