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Junio
Te han regalado nuevos patines de ruedas para tu cumpleaños. Tu mamá y tu abuelita habían invitado a tía Julia y a tu prima Isabel para celebrarlo.
Como en cada cumpleaños, tu abuelita ha cantado muy fuerte "happy birthday to you", porque es un poco sorda y se cree prometida con un marinero inglés.
Has apagado las ocho velas en el pastel. Y tu mamá, tu abuelita, tía Julia y tu prima Isabel han hecho un brindis por ti. Te arreglas en el baño rosado para
estrenar tus patines y oyes a Tía Julia diciendo que le gustan mucho los nuevos empapelados. Tu mamá responde: "son de adorno, son para borrar los recuerdos",
y tía Julia cambia de tema cuando sales del baño.
Con tus nuevos patines eres mucho más veloz que tu prima Isabel y que las gemelas del 5° B con quienes sueles echar una carrera en el patio de tu bloque. Es la hora de
la siesta y no se oye nada excepto el ruido de las ruedas y el sonido lejano de unas televisiones detrás de los postigos cerrados. Cruzas primera la línea de llegada trazada
con tiza al pie del banco que está bajo tu balcón. Él está sentado aquí con otro chico con acné. Él tiene un cigarrillo ardiendo entre los dedos, está tan guapo con sus vaqueros y su cinturón. Te mira, te sonríe, te pregunta tu nombre y tu edad. Cuando respondes que hoy cumples ocho años, te dice que parece que tienes casi doce, que tienes las piernas bonitas y largas. Ya eres toda una señorita ¡qué bonita!, tartamudeas que algunas personas tienen los huesos más grandes que otras, que tu mamá también tiene las piernas largas y bellas y también tu abuelita. Te arrepientes de los esfuerzos que has hecho patinando, sudas a mares y tienes miedo de que lo note. Sus ojos sobre tu cuerpo te ponen como un tomate, y tienes aún más calor. Te da rabia que tu prima Isabel y las gemelas del 5° B os reúnan. Él las saluda y empieza a hablar con vosotras. El otro chico, el que tiene acné sigue callado. Hay una bolsa de papel en el banco, y os ofrece unas cerezas que aceptáis, aunque intimidadas. Os explica que hace diez años su padre escondió un tesoro en el sótano de este edificio y ha venido para llevárselo. Una de vosotras podría acompañarlo al sótano. Pero sólo una, y debería mantener secreto todo lo que vea. ¿A quién va a elegir? cuándo pronuncia tu nombre, después de unos segundos que te parecen siglos, te invade una ola de orgullo, y las risas nerviosas de las tres vencidas contribuyen a tu felicidad. Juras por tu mamá y también por tu abuelita que no dirás nada nunca. Se arrodilla lentamente a tus pies para descalzarte. Sientes su soplo y sus dedos ligeros en tu piel. Te lleva en brazos como a una novia. Cuando franqueáis el umbral del sótano echas un vistazo a tus patines abandonados al pie del banco. Tu prima Isabel y las gemelas del 5° B te miran con ojos celosos. Te extraña que el mudo con acné os pise los talones y cierre la puerta detrás de vosotros.
La oscuridad y el frescor del pasillo te sorprenden. No sabes si él escucha los latidos de tu corazón, que nunca han sonado tan fuerte. Preguntas dónde está el tesoro de su...
Sin decir palabra te pone a tus pies, te da la mano y te conduce hasta una de las cancillas. El mudo abre el candado con una llave que lleva colgada de su cadena de oro.
Él y tú entráis, la puerta se cierra, oyes los pasos del mudo que se aleja. Otra vez preguntas: ¿está aquí el tesoro? Cuchichea que sí, sientes su soplo sobre tu pelo, sus dedos
ligeros acarician tu nuca, te arrodilla lentamente a sus pies y te apoya la frente ardiendo contra la hebilla fría de su cinturón.
De repente se encienden luces y se oyen gritos. Te cierra la boca con su mano, te susurra al oído que te calles. Adoras sentirte su cómplice en la oscuridad del sótano.
El ruido crece, reconoces la voz de tu mamá, de tu abuelita, de tía Julia, de tu prima Isabel y de las gemelas del 5° B. Estás segura de que ellas son las chivatas, había tanta envidia detrás de sus gafas cuando te ha llevado en brazos.
La voz de tu mamá dice que sabe que estáis aquí, te pide que hables, ¡por favor!, jura que si te deja salir, ¡por favor!, no tendrá ningún problema, ¡lo jura!, pero sino,
llamará a la policía, y será detenido, juzgado y condenado, ¡lo jura!
La voz suena, resuena, resuena. ¡Ojalá que dure siempre él y tú en la oscuridad!, y fuera tu mamá, tu abuelita y las otras. Sus dedos abandonan tus labios, abre la puerta,
dice que no ha ocurrido nada, es sólo un juego, ¿por qué todo este jaleo? Te entrega a ellas. Un momento después, te encuentras a la luz del patio, ves tus patines
abandonados y te entra el desfallecimiento.
Esta noche, la más corta del año, no consigues conciliar el sueño. Te levantas y vas de puntillas a abrir la puerta de la vidriera. La luna está en cuarto creciente.
Tu mamá te lo ha enseñado. A la luna le gusta engañar a las niñas, cuando tiene la forma de una C, no es creciente ¡es creciente cuando parece una D! Miras abajo, te asomas,
te haría tanta ilusión vislumbrarlo en el banco, el cigarrillo ardiendo en sus dedos, o en el umbral del sótano alumbrado por el halo de la farola. Los latidos de tu corazón
suenan, resuenan, tan fuerte que crees que van a despertar a toda la casa incluso a tu abuelita que está un poco sorda. Él no está aquí, el banco está vacío y no hay nadie bajo
tu balcón. Te arrodillas lentamente y apoyas tu frente ardiendo en la barandilla fría. Por primera vez deseas morir.
Sylvia abril de 2014
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