Versión para imprimir
1910-1973-2010
Hoy, año 2010, se celebra el centenario del poeta Miguel Hernández.
El Instituto Cervantes de Lyon toma parte en el homenaje editando los calendarios de mesa, que nos
distribuyó Rosa en la última clase.
Cuando lo vi, de repente, surgieron de mi memoria unos recuerdos acerca de una antología de Miguel
Hernández que tengo en mi biblioteca. Me la regaló José Pascual, un chico de Elche con el que hicimos
un intercambio lingüístico durante el año 1973. Me fui a su casa en junio y él vino a Francia en verano.
Me acuerdo todavía muy bien de mi estancia en Elche: el palmeral, la Dama de Elche, la huerta de Valencia (su familia era de
origen valenciano), las hogueras de la San Juan en Alicante… y todo lo demás. Me acuerdo particularmente de las apasionadas
tertulias político-literarias que tenía él con su amigo Paco en el bar ilicitano «La Glorieta». Yo, en mi mocedad de quince
años, me quedaba atrás pero me encantaba oír a esos dos mayores de sólo unos años, que estudiaban el bachillerato de filosofía.
Probablemente esas charlas, alrededor de unas cervezas muy recientemente para mí permitidas, fueron mis primeras experiencias
de verdad del español cotidiano.
Era la España de los años setenta: se organizaban expediciones en autobús hacia la frontera francesa para ver la
película «El último tango en París» por supuesto prohibida en España en aquella época. También era aún la España de
los más humillantes tópicos cuando sin hablar inglés o alemán teníamos dificultades para pedir una consumición en
los bares o restaurantes de Benidorm.
José Pascual al llegar a mi casa me regaló dos libros, dos antologías poéticas de la Biblioteca clásica y contemporánea
de la editorial Losada. Una de Federico García Lorca, y la otra de Miguel Hernández. Los dos cuentan aún con el sello de
la librería ilicitana donde fueron adquiridos: «SÉNECA/ llibres / Pio XII, 2 / Tl. 45 39 20 / ELCHE».
La de Lorca desde luego la conozco de sobra (El romancero gitano, Canción del jinete, La guitarra, Tierra seca… y
algunos más) por ser Lorca, el «poeta asesinado», más famoso en Francia, imagen sacralizada de la desdicha española.
Me he referido a este libro muchas veces buscando textos suyos.
El segundo, la antología de Miguel Hernández, volví a encontrarlo con regocijo, hace pocos años, en los estantes de mi casa.
Descubrí y leí esos poemas con la madurez de mis ya cuarenta y pico años y con una muy escasa conciencia de la biografía de
su autor y de las circunstancias en los que fueron escritos. Me emocionó su entrañable humanidad. Me documenté sobre éste
irreemplazable poeta de la juventud eterna, con un ligero sentimiento de culpabilidad para con José Pascual (de quien no tenía
noticias hacía años) porque casi nunca lo había leído antes.
Ambos libros se encuentran ahora sobre mi mesa de trabajo, a cuyas páginas vuelvo a acudir de vez en cuando para resguardarme
de los repentinos vientos negros de la vida.
Llovió mucho desde el 73, pero, por su perspicacia el mensaje que quiso transmitirme José Pascual
(¡Elche no está tan lejos de Orihuela!) retumba aún en mí, esa lección a largo plazo me hizo entender que la
poesía de los herederos antagonistas de Góngora y Quevedo es la llave más apropiada para ingresar en el alma
hispánica, de ambos lados del gran charco. Lo entendí, lo comprobé, José Pascual dio en el clavo, de allí mis ganas de
hablarles aquí de este obsequio.
A continuación les propongo los poemas, que por el cariño que experimenté, destacaron en mis primeras lecturas:
Sonreír con la alegre tristeza del olivo (Últimos poemas 1938-1941, página 136)
- Nanas de la cebolla (Últimos poemas 1938-1941, página 139)
- El niño yuntero (Viento del pueblo 1937, página 96)
- Elegía (El rayo que no cesa 1934-1935, página 56)
- Vientos del pueblo me llevan (Viento del pueblo 1937, página 85).
Juan-Roberto
Diciembre de 2010
Volver al inicio de la página