tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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La Pajuela


El joven periodista se acercaba a la casa. Era una pequeña mansión o una villa grande, no lo sabía muy bien. Buscó un ratito en el diccionario, pero solo se escribían las definiciones con palabras y no con metros cuadrados. El periodista que no sabía muy bien si estaba delante de una mansión o delante de una villa grande, vacilaba: ¿iba a llamar a la verja? En esas mansiones o en esas villas grandes habitualmente vive gente rica. Y a menudo, la gente rica se revela rica y cultivada. Habla muy bien con un vocabulario de registro culto, un lenguaje seleccionado, una estructura cuidada... A veces las repuestas que tiene que apuntar el periodista en su libreta son más difíciles de entender que las preguntas, y tiene que hacer una nueva transcripción clara. Al periodista le gusta el lenguaje coloquial, más espontáneo, con errores de cohesión, pero con expresiones llenas de imágenes y de poesía. Pero también tiene el periodista una conciencia profesional muy aguda y un artículo que escribir.

El periodista se enteró de algo muy original, el timbre era una espada. Había que hundirla en el cuelo de una cabeza de toro de bronce para llamar. Llamó. Se abrió una ventana y se asomó una mujer madura y gordita. Mientras que balbuceaba sus explicaciones confusas, la mujer lo examinaba con la ayuda de prismáticos. De pronto dio órdenes sin esperar a que el joven terminara sus explicaciones y cerró la ventana. Una sirvienta malhumorada salió de la pequeña mansión o de la villa grande, cruzó el jardín y se detuvo a dos metros del periodista para inspeccionarle de pies a cabeza. Tenía rasgos groseros del cafre común, la manera de comportarse de una arrabalera, la mirada afable de las Erinnias y el mohín reprobador de la Quimera. Su examen no pareció satisfactorio. Escupió más que dijo: El periodista ya era una presa. La criada, como una araña, lo había envuelto en su tela. Estaba el pobre joven paralizado, listo para ser entregado a la mantis religiosa. La araña le ordenó: El periodista la siguió y entró en un especie de camarín con tocador, cama y espejos en todas las paredes. La señora llevaba un vestido de tela ligera con un escote hasta el ombligo. Cogió al periodista por la mano y lo hizo sentar a su lado en la cama/sofá. La mujer le puso una mano en la rodilla. Era una mano gruesa con uñas largas y rojas. No era una mano sino unas garras sangrientas. El periodista alzó la cabeza y encontró las tetas. No había bastante tela para contener las tetas. Se abrían como flores carnales orgullosas y satisfechas. El periodista apartó su mirada y giró la cabeza: en los espejos le perseguían las tetas. Nunca jamás el periodista había visto tantas tetas a la vez. La mujer le cogió por la barbilla y le forzó a mirarla. Volvieron las tetas. Juan, sacó su libreta y fingió buscar la página adecuada. Trataba de tomar la iniciativa porque comprendía la alusión de la criada a la mantis religiosa y temía ser fagocitado por las dobleces grasientas de la bruja comilona. Comenzó a leer el artículo de periódico que había colocado entre las páginas Carmen ya se levantaba para quitar su vestido. Carmen se sentó decepcionada, pero no reajustó su vestido que se había quedado por encima de las braguitas.

Juan tomó su bolígrafo para apuntar y fingir hacer su trabajo de periodista pero buscaba la salida de la trampa. Juan miró a Carmen con ojos de carnero degollado. Carmen se quitó su vestido rojo y lo agitó delante de la cara de Juan.

Antón Terías abril de 2012


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