tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
Versión para imprimir
El Francés


      El cabo temblaba de indignación. Reajustó su uniforme, quitó el polvo de sus hombreras y fue a la búsqueda del sargento enumerando con voz alta todas las peores torturas que quería infligir al infame. Estaba rojo de furor, más rojo que estos cabrones de republicanos ellos mismos. Sus ojos exorbitados aún reflejaban la odiosa imagen del infame. El infame era francés, de eso no cabía la menor duda. Cuando vio al sargento, tuvo que pararse un instante para recuperar el soplo y controlar sus gestos y sus ademanes. El sargento se echó a reír. Lo de los aviones de los rojos era su chiste preferido. Los republicanos sabían que los nacionales ya habían ganado la guerra. Los aviones republicanos, siempre muy tímidos no manchaban el cielo español. Solía decir el sargento que el último había llevado a Negrín, a los rojos y a los dirigentes del PCE al infierno. Pero el cabo no tenía sentido del humor y este día, menos que nunca. En cuanto el sargento que había estado a punto de morirse de risa recuperó un poquito la calma, el cabo escupió: A costa de grandes esfuerzos, el sargento se recompuso un aire marcial. El asunto era grave. Tuvo que esperar que se fueran los aviones rojos de su mente para preguntar: El cabo intentó reproducir el horroroso acento francés: El sargento esbozó un mohín dubitativo, El cabo fue a buscar al subteniente. Rumiaba su venganza. El ultraje era demasiado grande. No se había atrevido a proponer la pena de muerte, pero la idea del sargento le gustaba. Ya pensaba en pedir a sus hombres que llenasen la caja. ¡Ojalá pudiera ahogarse en la substancia! Estaba sonriendo, viendo en su mente la imagen divertidísima de sus hombres en cuclillas sobre la caja para llenarla cuando encontró al subteniente poniendo una maleta en el maletero del coche. Estaba de permiso. Justo tuvo el cabo tiempo de echarse para atrás. Gracias a su rapidez pudo conservar sus dos pies intactos, pero en cambio, sus hombreras se cubrieron otra vez de polvo. Se sabía muy bien en el ejército, que el subteniente era como el capitán Araña que embarca a la gente y se queda en tierra. Un cobarde teniendo enchufe. ¡Al menos habría podido fingir una ligera irritación! Su actitud era una vergüenza para el ejército. ¿Pero qué podía hacer un simple cabo? Obedecer a su superior. Al cabo, no le caía bien el alférez. Era una cabeza buque. Su fisonomía innoble desfiguraba el regimiento entero. Además de ser una cabeza buque, era más feo que Picio.       El Alférez desdeñaba al cabo. Decía que era un cabeza de chorlito, una macarra estúpida que morirá cabo o fusilado (tenía preferencia por la segunda opción ya que no podía admitir que tuviese hombreras este mamarracho a quien le faltaba un tornillo). Se sobresaltó oyendo su voz chillona (¿cuándo se atrevería este maricón a salir del armario?, esta pregunta obsesionaba al alférez). El cabo había creído más diplomático dejar la iniciativa al subteniente. El cabo se puso firme para entonar:

"Cara al sol con la camisa nueva
Que tú bordaste en rojo ayer
Me hallará la muerte..."

Lo paró el alférez, esperando que el destino del cabo coincida con las últimas palabras. El cabo se fue mascando su rabia: "no le parece ser para tanto, si fuera yo capitán, fusilaría a todos los traidores a todos los tibios". Pero tuvo que añadir el capitán a la lista de los fusilados por su respuesta: Se había esfumado la venganza del cabo, pero los órdenes son los órdenes. Hizo encerrar al rojo en un manicomio.

     En eso, no se había equivocado el cabo. El hombre era un rojo. Había querido integrar las brigadas internacionales, pero era débil, solo tenía su lengua y sus malas palabras: era francés. Lo rechazaron en la primera batalla en la que hizo matar a tres compañeros molestándolos con sus discursos, llamando la atención de los enemigos y transformando sus amigos en blancos. Pero no estaba loco.
     Se enteró del hecho una doctora que abandonó la teoría para la fonética. El problema no era una neurosis, una psicosis, una paranoia o algo peor, sino una dificultad de pronunciación. Lo explicó Laura (la psiquiatra se llamaba Laura). Laura empezó una serie de ejercicios cotidianos. Hizo repetir al francés palabras para que las acentúe bien sin reflexionar, le pidió que leyera los textos con un lápiz por debajo de la lengua y declamar trabalenguas.

  • ¤ Los trabalenguas se han hecho para destrabar la lengua, sin trabas ni mengua alguna y si alguna mengua traba tu lengua, con un trabalenguas podrás destrabar tu lengua. 
  • ¤ Te quiero más que me quieres ¿Qué más quieres?, ¿quieres más? 
  • ¤ ¿Cómo quieres que te quiera si al que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera?
  • ¤ El amor es una locura que solo el cura lo cura, pero el cura que lo cura comete una gran locura.
  • ¤ El perro de Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha robado.
  • ¤ Un burro comía berros y un perro se los robó, el burro lanzó un rebuzno y el perro al barro cayó.

      Todo fue un éxito. Al cabo de seis meses Laura liberó al francés y a sus erres pronunciados como Dios manda. Orgulloso de su nuevo acento castellano, el francés se fue a la Plaza Mayor. Para no perder el tren y estropear la ocasión, durmió en un banco. A la mañana siguiente, llegaron los soldados y el cabo celoso de su amante que era la Patria. Subieron la bandera y el cabo entonó su himno querido: "Cara al sol". En cuanto los soldados hubieron gritado más que cantado los dos últimos versos:

"Arriba escuadras a vencer
que en España empieza a amanecer"

Puntuó el francés el himno con su habitual: Hubo un disparo y el francés cayó, el cabo había juzgado que el insulto debía ser lavado con sangre. Antes de darle el golpe de gracia, el cabo oyó,

Antón Terías octubre de 2012


Volver al inicio de la página