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Me llamo Henri Desiré. ¡Qué nombre predestinado! No Deseado, sino Désiré. El deseo francés. Nada de la furia francesa tan temida por los enemigos
de la revolución. Soy un hombre pacífico y sereno. El deseo está en mi nombre, el deseo es la más bella promesa del futuro. El deseo florece en los pocos
momentos embriagadores que dan esa suavidad tan sutil a la humanidad... En el deseo, reina el corazón, sobra el corazón. Late tan fuerte que incluso los sordos lo oyen.
Nadie puede resistir al deseo, pero ¿Quién lo querría?
No soy guapo, tengo que reconocerlo, por eso me visto de deseo. ¿Sabré hacer nacer su deseo señora?
No quiero encontrar a una chica joven, una chica que confunda hacer el amor y vivir un amor. Son demasiado superficiales
las chicas en nuestra época. A mí me gusta la madurez, la madurez sabe saborear el amor. El amor no es un postre. Las golosas
chicas intentan todas las recetas hasta la indigestión.
El amor es el arte divino que usa elementos químicos en la elaboración de nuestros sentimientos. Y no quiero lograr
un amor de pacotilla sino la obra maestra. Todo es arte para un poeta, pero el amor es el arte superior. Quiero pintar
el amor con pinceladas discretas, suaves, tranquilas pero llenas de sensualidad. En cada pincelada, la luz de las playas
de Sorolla, la fuerza de Goya, la delicadeza de Murillo, la extravagancia de Dalí, la religiosidad de Zubarán. Sobre todo
la religiosidad. La mujer es un templo de amor sólo hay que encontrar a quien sea capaz consagrarlo. Pido esta favor, espero
este honor. Estoy de rodillas como el neófito en el umbral de la iniciación.
Espero, tranquilo y muy firme, a la señora por la que escribiré el cantar de mi templo. Espero a la señora que entienda la plenitud
del amor, pero también sus exigencias. Espero a la señora buscando una relación intensa y continua. Nuestro afán no puede
soportar interrupciones. No podemos arriesgar que nuestra relación casi espiritual sea atropellada por un primo, una hermana,
una amiga. Tenemos que vivir uno para el otro, el otro para el uno. No me importa el físico, sino la belleza del alma.
Viviremos en una tebaida, la tebaida celeste del amor.
¿Qué decir más? La espirtualidad, cuando está, magnifica al prosaico, pero, el prosaico, antes de que esté la espiridualidad,
es sólo una trivialidad que enjaula el alma. Dejemos las cosas de la tierra en la tierra y miremos a las almas.
Contésteme, accepte mi amor.
No espero, rezo.
Henri Désiré Landru
La vida de Landru
Terías, abril 2011