tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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¿Tienen las albóndigas alma?


Siempre me burlaba de los que dicen que los animales también tienen alma. De niño había preguntado al cura que me respondió: Nos enseña la Santa Biblia la manera que Dios formo al hombre Génesis 2:7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. ¿Te has enterado? Le sopló el aliento de vida en la nariz. Es decir que los hombres son seres vivientes capaces de conocer a Dios. Pero Dios no lo hizo para los animales. Son animales y punto. No conocen a Dios, no tienen alma".

Fue un alivio ya que acababa de matar a un gato. Es que no soporto a los gatos. Son hipócritas, feos y malvados. Son criaturas del diablo. Se puede torturar a las criaturas del diablo. Mi hermana tenía un gato, y yo odiaba a mi hermana tanto como a su gato. Pero no podía tortura a mi hermana, ya que era más fuerte que yo. Quedaba el gato. Fingía acariciarlo, pero tenía una aguja entre los dedos. Lo acariciaba a menudo, y maullaba a menudo. Aprovechaba los días en los que mi hermana daba un largo paseo con sus amiguitas. Mi hermana no entendía porque su gatito se había vuelto miedoso y por qué huía cuando nos acercábamos a él. Por fin logré cogerlo y encerarlo en una jaula. Le dije a mi hermana que su gatito tenía una enfermedad de la piel y le enseñe las picaduras y el pelo pegado por la sangre. Mi hermana es muy sensible y se puso a llorar diciendo "hay que curarlo a mi gatito, pero no tengo valor para curarlo, no soporto la sangre, no soporto sus maullidos de terror y de dolor". Una oportunidad inesperada: "me encargo yo" le dije. Todavía, a los ojos de mi hermana, soy un héroe.

Primero le até las patas a los barrotes de la jaula, ya que intentaba defenderse con sus uñas esta mala criatura. Luego, lo rocié de mi poción mágica que cura todo, una panacea: lejía pura. El gato gritaba más que mil demonios. Para no asustar a mi hermana, cuidaba del gatito en un sitio aislado. Todos los pecadores atormentados del infierno eran más tranquilos y menos ruidosos que la criatura. Lo curé varias veces, se le caía el pelo, su piel rojiza se parecía cada más a la superficie de la planeta Marte, sin embargo seguía vivo. Además, este diablillo rojo, este monstruo de perfidia me provocaba con insolencia agitando su rabo a través de los barrotes. Debía lavar esta afrenta: le corté la cola ras de culo. Pero no podía más, era una visión tan horrible que no podía aguantarla. Tiré la jaula al río. La criatura se había vuelto demasiado asquerosa. Pero eso, no lo pude decirle a mi hermanita. Le dije que a pesar de mis mejores cuidados, se había muerto su gatito maullando un cariñoso despide a los que le habían tan querido y que le había enterrado por debajo de un rosal. Mi hermana me abrazó, me dijo que ella no habría tenido fuerzas para hacerlo y que cada día recogería una rosa para su cuarto y para acordarse de su gatito. Unos días después, me dio un sobre. Lo abrí, era una postal en la que había escrito: "A mi querido hermano que cuidó a mi gatito tan amado. Diez mil besos". Y del otro lado una foto que me causó escalofrío:



Un gato rezando... una prueba, ¡los gatos tienen alma! Entonces, ni pensar en matarlos, ni siquiera jugar al fútbol con ellos intentando de marcar un gol cuando cruzaban su camino: ¡tienen alma!

Un día me senté a la mesa para almorzar, (acababa de retener una patada al grueso gato de los vecinos que dormitaba al sol) y quité la tapa de la olla. ¡Qué horror! Mi madre había cocido un conejo al ajillo. Creí ver al gato que faltaba poco que lo hubiera aplastado en una mancha de sangre en el muro. Los reflejos antiguos son lo más persistentes. Todavía no había podido deshacerme de ellos. Mi madre se había guardado la cabeza y se la comía. Veía los ojos vacíos del conejo reprocharme mi crueldad. Los animales tienen alma, entonces no se puede comer carne de animales, tampoco de seres humano... quería decir (no tenía las ideas claras) que no se puede comer carne de seres vivientes puesto que hay que matarlos antes. Entonces juré que nunca más comeré carne. No podía engañarme mi madre, al primer bocado podía decir: es ternera, es cordero, es cerdo o es buey...

Pero pronto me enteré que no nutren las verduras, tampoco los legumbres. No tienen sabor y no nutren. Hice esfuerzos pero a pesar de intentarlo durante un mes, nunca logré acostumbrarme a este régimen de conejo (sin comer conejo). No soy un conejo. Dios no me ha creado conejo. ¿Y quién soy yo para discutir la creación de Dios? Soy nada, o más exactamente un hombre miserable que necesita comer carne. Fue un dilema que me condujo al borde de la depresión hasta que encontré una solución, la única: abjurar cristianismo. Mi madre, horrorizada, pidió consejo al cura. Con una sabiduría de jesuita, éste le aconsejo cocinarme albóndigas en salsa, puesto que el sabor de la salsa es más fuerte que el de la carne.

Volví a estar feliz unos meses, pero un día, vi a mi madre picar la carne. De repente la angustia me sofocó: ¿Tendrá la carne picada alma picada? Pregunta de la que emanó la cuestión existencial: ¿Tienen las albóndigas alma?

Antón Terías octubre de 2013


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